El vaso siempre está medio vacío


El vaso siempre está medio vacío.




Frente a lo inapelable de la frustración respecto a cuestiones que no siempre son de importancia, hemos recurrido a nuestro filósofo y arúspice, el profesor Lugano, para que razone con nosotros sobre esta necesidad intrínsecamente humana de asignarle valor, o no, a determinados asuntos.

—Pensemos en un vaso —tosió Lugano—, no importa si está medio lleno o medio vacío. En definitiva, eso es algo sobre lo que no tenemos posibilidad alguna de control. Me refiero a esto de admitir el lado bueno o malo de las cosas. En otras palabras, el vaso siempre está medio vacío, y no porque usted sea un rebelde o un inconformista por elección, sino porque su mente está programada para así sea.

Desconcertados, exigimos explicaciones.

—Entienda lo siguiente —escupió el profesor—, frente a algo que nos sucede, algo que no es completamente beneficioso ni nefasto, creemos tener la posibilidad de aceptar lo bueno y lo malo como si se tratase de una elección. Por ejemplo, pensemos en la siguiente situación: usted tiene programada una salida con una mujer, pero en cambio ésta se indispone y cancela la cita a último momento. En cambio, usted se queda en casa y recibe una inesperada llamada telefónica de un acreedor, que, por única vez, le perdona sus deudas.

»Ahora bien, cualquiera que no sea un miserable preferirá disfrutar de la compañía de una mujer hermosa antes que limpiar su prontuario financiero. Claro que podemos ver el vaso medio lleno de la cuestión, es decir, pensar que al perdernos de la cita hemos podido conversar con nuestro acreedor y disponer de su perdón; pero la mente no trabaja de este modo.

»Imagine usted cualquier ejemplo análogo; si lo prefiere, que no involucre la presencia de una mujer hermosa, y verá que si es sincero consigo mismo siempre atenderá al lado incompleto de las cosas.

»Afortunadamente la ciencia viene a ampararnos en esta conjetura.

»Los inconformistas no son una secta o un grupo paramilitar. Quiero decir, no son individuos distintos de los llamados «conformistas». De hecho, no hay diferencias entre estos grupos. Todos somos inconformistas.

Después de informar al profesor sobre uno o dos casos de conformismo brutal, continuó del siguiente modo.

—Todas las personas, aún aquellas que se manifiestan aparentemente conformes con todo, ocultan un inconformismo feroz. El hombre nunca alcanza sus objetivos, y si lo hace, nuevos objetivos se desplazarán hacia adelante. De hecho, la vida solo es posible mediante este mecanismo.

—¿Cuál mecanismo?
—Vea, el hombre es la única criatura del planeta que debe vivir sabiendo que morirá. Los tigres, las ratas, y todos los animales del orbe están libres de esta tribulación. Sabemos que vamos a morir. Incluso sabemos que llegará el día en que todas las personas que nos conocieron morirán, y que también lo harán todas aquellas que alguna vez hayan oído nuestro nombre. Nuestro destino es el olvido. ¿Entonces como es posible vivir con este conocimiento atroz sobre los hombros?

»Muy simple, disponiendo entre el hoy y la muerte una serie de objetivos. Por ejemplo, amar a una mujer, avanzar en el terreno laboral, tener hijos, etc. Estas cosas se interponen entre el hombre y la muerte, de hecho, lo separan de la muerte. Si pensamos en la vida como un camino recto, o sinuoso, para el caso es lo mismo, nuestros objetivos son como breves escalas que nos ayudan a que el final sea un poco más difuso.

»No obstante, y a pesar de que constantemente imaginamos escalas en el camino, a menudo nos parece que nada es como debería ser, y que de hecho hasta los asuntos claramente favorables poseen un doble rostro. En otras palabras, que somos capaces de ver el vaso medio vacío cuando evidentemente está medio lleno.

»Esto se debe a un efecto que la ciencia ha estudiado en numerosas ocasiones, pero que encontró su forma definitiva en el Efecto Zeigarnik, un sesudo estudio que define al hombre como un ser pensante que registra con mayor intensidad aquellas cosas incompletas, inacabadas o interrumpidas, antes que las que nos han saciado en toda regla.

»No es que usted sea un inconformista. El dueño de una gran multinacional probablemente sea un individuo tan insatisfecho como usted. Desde luego, esto fue una mera hipótesis romántica hasta que Bluma Zeigarnik, una psicóloga rusa, observó que en el bar en donde almorzaba cotidianamente su camarero podía olvidar a la perfección los platos que acababa de entregar, y en cambio recordar a la perfección aquellos que todavía debía servir.

»En 1927 Bluma Zeigarnik amplió estas observaciones y descubrió, o creyó descubrir, la naturaleza de la inconformidad en casos en donde aparentemente nada le falta al sujeto. Para semejante exabrupto decidió investigar a un grupo de voluntarios, a los que sometió a 21 tareas, entre ellas, problemas matemáticos y adivinanzas. La mitad de estas tareas eran interrumpidas a grito pelado por Zeigarnik antes de que los voluntarios pudiesen terminarlas, precisamente las que mejor quedaron registradas en la memoria de estos sujetos, siendo las tareas prolijamente terminadas las que fueron evacuadas de la memoria.

»Nuestra querida psiquiatra rusa determinó que la mente le asigna un valor de importancia peligrosamente bajo a las cosas que terminamos, cosas que, en un momento dado, fueron objetivos importantes, y que una vez concluidos pierden todo interés.

»Este inconformismo no es otra cosa que una necesidad de vivir, de volver a plantearse nuevos objetivos y de este modo llenar el camino de segmentos que nos separen de lo inevitable.

»Desconfiemos entonces de aquellos terroristas de la palabra que recomiendan un optimismo desmesurado. Poner el acento en la mitad vacía del vaso es un poco como luchar contra la resignación. Por supuesto, esa mitad llena debe ser motivo de júbilo y regocijo, pero sólo momentáneos. Para el hombre inteligente el vaso siempre está medio vacío; y no porque se sienta aterrorizado por la otra mitad, sino porque sospecha que al llenarlo acaso se encuentre demasiado cerca del final de su camino.




Filosofía del profesor Lugano. I Egosofía.


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5 comentarios:

Anónimo dijo...

Aunque los argumentos no me convencen, la idea general es interesante. Siempre he estado convencido de que es la muerte la que le da sentido a la vida. Este articulo me hizo pensar en una gran pelicula de la cual podrias hacer un analisis si te apetece, la pelicula es: "Blade Runner" (cine de culto) con la preciosa sean young y el no tanto, Harrison ford :) Salu2 einbeck

Ana Lecea dijo...

Me pareció un artículo y un modo de ver diferente, tal vez muy rudo, pese a la posibilidad de su "realidad"

Unknown dijo...

Esta teoría podría ser cuestionable, porque el profesor que la teorizó podría ser una persona inconformista y nos daría su visión pesimista de las cosas. El conformismo va muy relacionado al pesimismo de la persona. Con lo cual, como no podemos estar en la mente de las personas, no sabemos si hay realmente personas que si son conformistas y muy positivas.

En cuanto a lo de la muerte podría ser, el ser humano ante la visión de ser olvidado y ser algo insignificante busca la necesidad y la forma de que lo recuerden de una manera u otra.

Maika Duvnj'ack dijo...

Me haces acordar a Schopenhauer quien postulaba que todo era puro deseo (aunque el, al deseo,lo llamaba "voluntad"). El deseo, fuerza activa, imparable y autoafirmativa, segun el se puede ver desde en las fuerzas fisicas (como la gravedad: el deseo que muestran los objetos a "caer"), en procesos biologicos (como nutricion, reproduccion, etc)y llega a su punto maximo en la volicion del ser humano donde el deseo se hace absolutamente conciente....No se por que, pero este filosofo me vino a la mente al leer tu articulo anterior del "Deseo por el Todo" y ahora tambien, de alguna manera, lo relaciono con "Ver el vaso medio vacio". En fin...sera que el deseo que nos arrastra hacia adelante como una fuerza ciega es simplemente parte de nuestra naturaleza humana. Saludos desde el Norte!

Sebastian Beringheli dijo...

Querida Maika, que este minúsculo artículo te haya hecho pensar en un gigante del pensamiento como Schopenhauer es, quizás, algo que podríamos atribuirle al azar y no a sus propiedades, si es que cabe asignarle alguna. Me alegro que te haya gustado. Como siempre, es un placer recibirte por acá...

Besos desde el sur!



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